lunes, 7 de mayo de 2012

Ilusión

¡MENUDA MIERDA!

El grito desgarró su garganta mientras rompía las mil doscientas cincuenta y tres páginas manuscritas de su autobiografía, en tacos tan grandes como la fuerza de sus dedos rechonchos le permitía.

¡MENUDA MIERDA!

La ira le atravesaba una y otra vez, sin tregua. Las páginas rotas flotaban en el aire antes de pasar a formar parte del montón que cubría el escritorio, o caer sobre la elegante alfombra. Se había tomado muchas molestias en decorar esa sala.

¡MENUDA MIERDA!

Gritó mientras destrozaba el trabajo y la ilusión de los últimos tres años. Él siempre había soñado con escribir, y cuando le dijeron que todo hombre decente debía tener un libro acabado en su cajón, vió la oportunidad perfecta. Y como no había tenido mucha más experiencia, ¿Qué mejor que escribir su propia historia?

¡MENUDA MIERDA!

En algunos momentos, incluso había creído que lo hacía bien, que podría escribir algo digno de leerse, y se sintió orgulloso, mucho. Más incluso que cuando inauguró el décimo hotel de su cadena. Fue una sensación increíble, de que de verdad estaba haciendo lo que debía, y que no lo hacía nada mal. Pero claro, todo engaño acaba rompiéndose.

¡VETE AL INFIERNO!

Rompió la botella del brandy con el que había ahogado sus penas del último mes sobre la mesa, empapando las hojas de su historia, y lanzó una cerilla encencida sobre ellas, que se apagó a medio camino por lo brusco del movimiento.

Su mujer estaba algo asustada por los gritos, pero trató de ignorarlos: últimamente eran algo normal en él. Lo que no pudo pasar por alto fue el crujido del cristal al romperse, y corrió hasta el despacho de su marido para encontrarlo sentado en su silla junto al trabajo con el que más feliz se había sentido nunca, roto y empapado de alcohol. Él sollozaba sonoramente mientras se agarraba con fuerza a su mano derecha, de la que manaba sangre que goteaba sobre la cálida alfombra.

Hacía años que no veía a su esposo tan destrozado. Siempre se había mostrado indiferente con todo, desde
que la empresa que había creado para que pudieran vivir felices se convirtió en el centro de su vida. Pero ahora estaba acurrucado en su sillón, llorando al ver otra de sus ilusiones destrozadas, y recordó el amor que sintió por ese hombre. Sintió su dolor y también lloró por lo que había perdido. Se acercó a él y le cogió de la mano, la beso; las heridas no eran muy graves. Sus ojos se cruzaron, y ella vió la inmensidad de su dolor, y le abrazó como lo hacía cuando aún eran adolescentes. Giró un poco la cabeza y posó la vista sobre la mesa, en los sueños rotos del hombre al que amaba.

Jamás volvería a escribir.

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