Sobre el cuerpo del hombre ajado
de guadaña y amuleto en mano
reina un alma prodigiosa,
que fría y tenebrosa
prefiere tener pájaro en mano.
Así es que al ser tarea sencilla
agarró sólo un par de horquillas
y dejó ciega a su esposa
no clavándolas en sus cabellos
sino en sus ojos fríos y secos.
Sin perder nada de tiempo
fue a por un enorme cuchillo
y sin usar tabla ni nada
colocó al hijo en la mesa
y lo destripó admirando el alba.
Cuando el Sol le dio en la cara
el alma se marchó asustada
y nuestro pobre hombre ajado
al darse cuenta de su error
a sí mismo se dio un sablazo.
En los últimos estertores
imaginó vidas mejores;
una lástima: todas falsas;
el no tendría más vida,
había maldito su alma.
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