sábado, 3 de marzo de 2012

Kara

Un grito tras otro. La katana corta el aire una y otra vez, de arriba a abajo. Desde el cielo hasta la tierra. Su ira va aumentando, poco a poco, imparable. No sabe qué le pasa, parece que ni el universo lo sabe. El volumen de los gritos va aumentando, acompasándose con el ritmo de los cortes. Él, sólo el. Sin señas de que ningún otro ser humano haya estado allí sigue basculando su peso sobre el frío suelo, para no desequilibrarse con la fuerza de sus propios cortes. No puede concentrarse, el arma se desvía una y otra vez, escapa de su control. Sigue acumulando odio hacia sí mismo, sin saber lo que está haciendo. Su vista, su alma, se nubla cada vez más, con un vapor cristalino que no deja pasar la luz tanto como parece. Su ser se oscurece. Más. Más. Hasta que el fondo es tan negro que puede ver su error reflejado en la niebla, en sus ojos. Mantiene estática su arma súbitamente.

"¿Qué me está pasando? ¿Qué hice mal? Ya ni siquiera puedo entrar en mí mismo. Parece que hasta mi ser me repudia. ¿Qué es lo que estoy haciendo mal? Quizá mi vida ya no tiene ningún objetivo, y por eso..."

No podía ser tan débil. No tenía auténticos motivos para realizar el seppuku. Enfundó su katana y se sentó. Retiró el arma enfundada del obi y la colocó a su izquierda, con el filo dirigido hacia él. Cerró los ojos nublados y colocó sus manos formando el Dhyana Mudra. Meditó.

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