martes, 12 de junio de 2012

Apocalypse II

      Dan estaba un tanto preocupada.
   Cuando vio a los tres jóvenes a través del los prismáticos, su primer instinto había sido ayudarles. Parecían simplemente tres chicos perdidos y bastante aturdidos, sin más medio de transporte que las bicicletas. Pero cuando vio cómo huían, sin preocuparse en absoluto de sus salvadores, ni de la chica rubia... que esa era otra. Aquella chica era estúpida, pero estúpida a un nuevo nivel hasta entonces desconocido. Parecía tener algún instinto de supervivencia, pues se había bajado de la bicicleta, pero por lo que decía, había vivido de la adoración y la sabiduría del tal "Raúl", que no había dudado en dejarla atrás cuando fue necesario, y ahora estaba allí, con ellos, tratando de ganarse la aprobación de Orión, el más accesible del pequeño grupo. A Dan, aquello le hacía pensar en una medusa dejándose llevar por la corriente; en cualquier caso, la habían salvado, y tendrían que hacerse responsables de ella.
    Sabía de sobra lo que pensaba Lena de aquello. La joven siempre había sido arisca y dura, cerrada en sí misma, solo abierta a sus escasos amigos. Desde la pérdida de sus padres y su hermano, vivía inmersa en la rabia y el odio, en un continuo volcán en erupción. Veía a la chica rubia (¿Paula, podía ser?) como un estorbo, otra boca que alimentar, que proteger, que transportar, que vestir, que adiestrar.
     Y el hecho es que eso era.
    Los baches del camino sin asfaltar provocaban vibraciones que subían como latigazos por la espalda de Dan, que recorría los lados del camino una y otra vez con la mirada, sin descuidar ni un centímetro del terreno. Solo vio un zombie, agachado en una cuneta, unos metros por delante de ellos; golpeó la cabina con la mano, y Orión redujo considerablemente la velocidad de la camioneta; cuando pasaron por delante, una flecha se hundió profundamente en la sien del zombie, y la camioneta volvió a acelerar.
   Tardaron veinte minutos en llegar a la finca en la que vivían. Consistía en tres hectáreas de viñedo y frutales, rodeadas por una alambrada que a todas luces habían colocado apresuradamente. La única entrada visible daba al camino, y consistía en una recia puerta metálica con un enrejado. Junto a ella había un chico moreno que sujetaba con descuidada precisión un fusil de francotirador. Tenía el pelo largo y desgreñado, recogido en una coleta en la nuca, y sus ojos verdes examinaron la camioneta con fría dureza. Les abrió la puerta justo a tiempo para que entrasen, y la cerró a sus espaldas, con rápidos y seguros movimientos. Era obvio que llevaban mucho tiempo haciéndolo así.
    Detrás de las verjas reinaba un extraño orden caótico. Era obvio que nadie se preocupaba de cómo crecían las plantas, pero las frutas de temporada (cerezas, melocotones, incluso alguna manzana) estaban cuidadosamente recogidas en cajas apiladas junto a la enorme puerta del único edificio de la finca, una nave pintada de blanco y rojo. La puerta, del tamaño suficiente para saliera un tractor, era plateada, o mejor dicho, lo había sido; varias capas de pintura marrón, de distintos tonos, habían cubierto su resplandor, que se adivinaba en las zonas en las que la pintura estaba arañada.
     Dan bajó de la camioneta de un salto, y un perro blanco corrió a saludarla. Era un chucho grande y de aspecto juguetón, que a juzgar por la suciedad enredada en su tupido pelaje, era callejero. Ella lo recibió con alegría, abriendo los brazos y ofreciéndole el rostro para que se lo lamiera.
    Orión, Lena, Nilo y Paula bajaron de la camioneta, y Lena se dirigió directamente al interior de la nave. Al abrir la puerta pequeña que estaba incrustada en la gigantesca puerta plateada, varios gatos salieron al exterior, maullando.
    -¿Por qué tenéis tantos gatos? - dijo Paula, mirando sorprendida su entorno; había más de diez gatos.
   -Mantienen esto libre de ratas y ratones - explicó Orión -. Dado que aún no sabemos si esos bichejos pueden transmitir la enfermedad, es una medida aconsejable.
     -¿Enfermedad?
    -Enfermedad, infección... llámalo como quieras. Si te cogen, estás muerta - dijo otra voz. Un chico de mediana estatura, apretados rizos castaños y aspecto distraído salía de la nave, mirando fijamente a Paula -. ¿Esta quién es, chicos?
     -Dánae los vio a ella y dos amiguitos suyos con los prismáticos mientras íbamos al pueblo a hacer una incursión alimentaria, y fuimos a echarles un cable, diez zombies los tenían rodeados - replicó Nilo, con un suspiro.
     -O sea, que por esta chavala yo me he quedado sin ramen.
    Nilo se encogió de hombros y, cogiendo a Dan por la cintura, la llevó al interior de la nave. Paula se quedó allí de pie, sin saber cómo comportarse; miró a Orión buscando ayuda, pero este se había alejado unos pasos de ella y estaba meando contra una encina. Turbada, Paula bajó la vista al suelo, donde un gato pelirrojo se enroscaba entre sus piernas.
    Con una sonrisa, la chica se agachó para cogerlo en brazos, pero el animal respondió con un bufido y le tiró un arañazo. Paula se puso en pie aferrándose la mano para detener la pequeña hemorragia, con lágrimas en los ojos.
    -No son mascotas - le advirtió la voz de Dan, y Paula levantó la vista, para volverla a bajar al segundo, más sonrojada que antes incluso; la joven morena salía en ropa interior de la nave, y Nilo la seguía, en el mismo estado. La joven soltó una rápida carcajada -. Acostúmbrate, mojigata. Somos seis, ahora siete, personas viviendo en un espacio muy reducido. No hay duchas, ni dormitorios; solo la manguera con agua del pozo, y ahora en verano, la piscina hinchable que tenemos ahí detrás - dijo, señalando a la parte trasera de la nave con el pulgar extendido -. Por cierto, si necesitas ir al baño, sigue el ejemplo de Orión. Si es más, te alejas un poco con la pala, haces lo que sea y lo entierras, que no quiero sorpresas, ¿entendido?
    Paula asintió. La chica la miró con el ceño fruncido, cosa que, con la cicatriz de su ceja, resultaba realmente extraña.
     -Escúchame bien. Estamos en plena epidemia, no es momento para recatos. Se trata de seguir con vida, y no te ofendas, pero no tienes nada que no hayamos visto ya. La higiene siempre es importante, pero en una epidemia, aún más, y no voy a tolerar, y mi hermano tampoco - dijo, señalando a la puerta, donde el joven del pelo largo seguía montando guardia -, que traigas ninguna enfermedad ni ningún problema a esta finca. Ha sido de nuestra familia durante generaciones, y tengo intenciones de que siga siéndolo - acabó, cortante.
     -Eh, Dan - intervino Orión, con aquel tono conciliador -, déjala respirar un poco, ¿quieres?
    -¡Cállate, militroncho! ¡Es menos de lo que se merece ! - se oyó la voz de Lena desde el interior de la nave. Dan soltó una rápida carcajada, dirigiendo una mirada divertida a la destrozada camisa militar que Orión exhibía con orgullo desde antes del apocalipsis. El chico sacudió la cabeza, murmurando entre dientes, y Dánae se alejó con Nilo, que había contemplado el enfrentamiento con una media sonrisa de diversión, hacia la parte trasera de la nave, donde estaba la pequeña piscina, a la sombra de un hermoso álamo.

     Se acercaron entre empujones cariñosos y risas a la piscina azul. Después de que Nilo salpicara a Dánae, ella le tiró de un empujón al agua, que parecía el último reducto de frescor que quedaba en el mundo. Empapada por la onda que creó Nilo al caer al agua, entró al tiempo que él se frotaba los ojos. Acechó como una gata y se le tiró encima en cuanto la miró. Le tumbó de nuevo, y se sumergieron con un beso en el agua que de pie les llegaba por la cintura, suficiente para que pudieran retozar felices y olvidar por un rato el afán de supervivencia. Sin estos momentos ya se habrían vuelto locos.
     Nilo emergió del agua que brillaba como un negativo del resto del universo y apoyó la cabeza en el borde de plástico hinchado de la piscina. Dánae no tardó en acercársele con caricias y una sonrisa pícara que sabía que lo volvía loco. Se acurrucó junto a él, y abrazados contemplaron sin decir una palabra el inmenso azul del cielo. Esperaron a que su imaginación floreciera, y comenzaron a sacar parecidos a las pequeñas nubes que lo tildaban. Era algo reconfortante, divertido, y les ayudaba a abstraerse. Rápidamente en los labios de Nilo surgió la sensación que ambos sentían.
     -Es inquietante cómo, aunque la raza más avanzada del planeta está al borde de la extinción, todo sigue igual - las palabras fluyeron desde su garganta con la facilidad que da la embriaguez de la belleza - es todo exactamente igual: El agua, el cielo, las nubes...
     -El amor - le cortó Dan; Nilo asintió con una sonrisa - pero tú no eres igual... ahora estás más bueno - ella le sacó la lengua con la misma broma que repetía desde que empezaron a "matar" zombies.
     -Déjame adivinar, todo esto ha merecido la pena solo por que yo saque músculo, ¿Verdad?
     Ella estuvo a punto de asentir y seguir con su juego, pero justo antes de hacerlo recordó todo el dolor que había visto y sufrido, y sólo pudo abrazarse con más fuerza a su amante, tratando de ahogar la pena entre su piel, su calor, y el frescor del agua.

     Entre tanto, Orión le mostraba a Paula lo poco que había que ver de la finca. La nave estaba compuesta de tres salas principales; una enorme, sin sotechado y con suelo de hormigón, muy amplia. Las estanterías que cubrían los laterales estaban divididas por su contenido, en dos tipos; las de la izquierda, estaban llenas de armas diversas, y había una mesa de herramientas y un generador situados juntos. Las de la izquierda estaban a rebosar de latas de conserva y demás alimentos sellados herméticamente, e imperecederos. Había varias garrafas cortadas de tal manera que servían como bebederos para los gatos en el suelo, junto a la puerta. La pared del fondo de esta primera sala, que parecía que antiguamente fue un garaje, estaba cubierta de armarios donde, según le dijo Orión, se hacinaba ropa para el invierno.
    A la segunda sala se accedía a través de una puerta que estaba casi escondida entre los armarios. En ella había una pequeña cocina con lo básico (una fregadera, armarios para la vajilla, un hornillo eléctrico) y una chimenea. También había una mesa de plástico, con sitio para seis personas, del tipo de mesas que la gente ponía en sus terrazas antes de la plaga, y varios jergones en el suelo. Aquella sala estaba mucho más iluminada, por cuatro ventanas enrejadas que dejaban entrar la luz del verano, el suelo estaba cubierto de baldosas de barro y el techo tenía un sotechado de tablas. La diminuta estancia que quedaba entre el sotechado y el auténtico techo era lo que Orión denominó como "el desván", donde al parecer se amontonaban los trastos que Dan y Lykaios, su hermano, no habían querido tirar.
   -¿Realmente se llama Lykaios? - preguntó Paula, pero Orión simplemente se encogió de hombros.
   -¿Eso importa algo?
   A través de las ventanas se veía la pequeña piscina, y las siluetas de Dan y Nilo, muy juntos y hablando en voz muy baja.
   -Aquí no hay intimidad, ¿verdad? - preguntó Paula, casi angustiada. Orión se encogió de hombros.
  -Todos éramos más o menos amigos cuando llegamos aquí, así que tampoco nos supuso un problema grave. Bueno, fue complicado irnos desnudando como zorras unos delante de otros, pero Dan y yo, por ejemplo, somos amigos desde hace tiempo; no había nada nuevo que ver. Dan y Lykaios son hermanos... no sé, los demás son todo tíos. Lo peor fue cuando Dan y Lena empezaron a andar por ahí casi en bolas, era un continuo "no las mires, no las mires, no las mires", y cuando me acostumbré "mírala a los ojos, mírala a los ojos, mírala a los ojos" - explicó Orión, seguramente intentando hacerla reír, pero Paula ni siquiera dejó escapar una sonrisa.
   -No sé si yo podré hacerlo.
    Lena pasó a su lado en ese momento, dedicándole una mueca burlona.
   -Piensa qué prefieres conservar, si el misterio acerca de qué escondes entre tus piernas, o la vida. A mí, personalmente, me importa una mierda lo que decidas.
    Ese último comentario fue para Paula como la gota de pus que hizo rebosar el vaso. Se puso de un color pálido verdoso y Orión tuvo que sujetarla para que no cayera al suelo. La acompañó hasta el garaje y le preparó un jergón, para que descansara. El resto estarían limpiando sus armas en el comedor.
     Ella tenía mucho frío, aunque parecía que Orión no lo sentía, pues llevaba abierta su camisa militar dejando ver que el único vello que tenía en el pecho estaba bajo su ombligo. Paula se metió tan rápido como pudo en el saco, pero la tela también estaba fría. Menos su piel, todo lo estaba. Se abrazó a sí misma tratando de retener el calor, estaba sudando. Las náuseas le indujeron poco a poco en un estado de agónica duermevela, hasta que todos sus pensamientos callaron.
     Cuando Paula entró en el saco, Orión fue al encuentro de los demás. Todos estaban sentados, con la cabeza baja y ensimismados en el mantenimiento de sus respectivas armas. Desde el principio Nilo había insistido en que había que cuidarlas y revisarlas diariamente, tratarlas como a seres vivos. Así garantizarían que ellos lo siguieran siendo el máximo tiempo posible.
     Dan estaba revisando que el filo de su hacha de una pieza seguía intacto, y comprobaba la fijación de la cabeza del martillo al mango. Lena engrasaba cuidadosamente las piezas móviles de la ballesta que Nilo le había regalado, y él acariciaba con cariño su pala-shaolin, bastante más compleja que el simple palo que creyó ver Paula. Estaba formada por una vara de aproximadamente un metro ochenta de largo coronado en un extremo por un agudísimo filo en forma de media luna, cuyos extremos parecían los cuernos de un toro esperando para embestir. En el lado opuesto, otra afilada pieza de metal con forma de pala. Aquel arma parecía estar hecha para decapitar zombies, también servía para cavar y atrancar puertas, y compensaba con creces el entrenamiento que requería. Nilo no tardó en conseguir una en cuanto la enfermedad comenzó a extenderse, al igual que hizo con su segunda ballesta (que ahora utilizaba Dánae), regalando la antigua a Lena, cuyo físico no le permitía enzarzarse en combates cuerpo a cuerpo.
     Damián estaba ocupado con su pequeña lanza-maza, que tenía una fina punta, y otras dos más gruesas cruzadas transversalmente que le permitían asestar un golpe lateral en la sien de los no-muertos. Orión no pudo evitar fascinarse una vez más con sus tupidísimos rizos castaños antes de ir a por su fusil semiautomático M1 y sentarse a su lado, con el arma en las rodillas. Volvió a entristecerse al recordar a su padre, que le enseñó a disparar con esa misma arma cuando aún era pequeño. Tras acariciar la suave madera clara del cuerpo del arma comenzó a desmontarla, recordando las lecciones de su padre. Limpió cuidadosamente cada hueco entre piezas y engrasó las partes móviles, quitando el exceso de lubricante con la ayuda de un trapo. Antes de que pudieran terminar el trabajo, el sonido de un teléfono por satélite les sacó de la profunda concentración que algunos sólo habían experimentado limpiando los objetos que les mantenían con vida. Lykaios había visto algo.
     Todos salieron rápidamente con las armas que tenían preparadas de la mano. Paula despertó de su sopor cuando Damián le pasó por encima con su pequeña lanza en la mano, ignorando su presencia. Alarmada por su prisa, se levantó apresuradamente, y el dolor de cabeza que sintió al cambiar de postura casi la hizo caer de nuevo. Se movió a duras penas entre la semioscuridad del garaje, y la escena que vio entre las sombras del anochecer hizo que se le cayera el alma al suelo. No pudo evitar gritar cuando su mirada se cruzó con la de Lorena, la amiga que creyó no volver a ver.
    Estaba entre sus nuevos "compañeros", que se apiñaban a su alrededor. Desde el otro lado de la verja pedía auxilio, agarrándola con ambas manos. Las tenía empapadas de sangre, y a una de ellas le faltaban la mitad del corazón y el anular. El índice estaba colgando del hueso roto, como la declaración de que hace poco aquello era una mano sana. Nilo pensó que habría tratado de alejar a un zombie de un empujón, y el no-muerto había conseguido morderla. No le gustaban este tipo de situaciones: siempre era deprimente tener que hacer ver a alguien que ya estaba muerto. Sobretodo si sabes que tú podrías ser quien está suplicando tras la verja.


Licencia de Creative Commons
Apocalypse by Mª Gumiel & Óliver Sanz is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

No hay comentarios:

Publicar un comentario