viernes, 15 de junio de 2012

Un Joven Piensa

Por la acera enmarcada de casas bajas de ladrillo rojo, camina un joven que dejó de ser niño hace algo más de nueve meses -aunque siendo justos, nunca se le pudo llamar así-. El viento fresco se abre camino entre el cálido ambiente, acariciando sobre sus piernas el pelo que sus vaqueros cortos no llegan a cubrir, y también despejando sus ideas. Él puede verlo todo: la miseria que se mueve hacia ellos lenta e imparable, como un cúmulo de nubes negras que ya asoma en el cielo. Huele la mecha de la pobreza en el ambiente, se parece a la pobreza misma que lleva junto a su ropa y el cuaderno donde escribe con letra muy pequeña, en su bolsa naranja; junto al bolígrafo barato -pero muy duradero, si se cuida bien- cuyo roce siente en el bolsillo derecho; y dentro de su camiseta blanca y entre el cabello negro enmarañado. Camina pensando en cómo se ha ido todo a la mierda, en donde dormirá esta noche -una jaula para personas-, y en donde lo harán todos los que sin saberlo se encuentran en la misma situación que él.

De repente, sin previo aviso siquiera del sonido de leves movimientos ni respiraciones humanas, escucha un grito sobre su cabeza, un grito de una familia entera. Celebran un gol, por supuesto. No hay nada más con lo que un ser humano vaya a emocionarse tanto como un triunfo en lo único que los que manejan los hilos de sus mentes quieren que vean. Fútbol: un buen entretenimiento, buen deporte, aumenta la sociabilidad, desarrolla la forma física de quien lo practica, mueve capitales que podrían terminar con unos cuantos problemas si cayeran en las manos adecuadas -no esas-, ciega a los ciudadanos y reduce su capacidad creativa a la tarea de imaginar un equipo formado por sus estrellas favoritas. Todo ventajas, piensa el joven de la bolsa naranja llena de la misma pobreza que llevan todos sus conciudadanos en sus mentes, mientras sigue caminando. Se asombra -casi se aterra- al ver en un patio a una familia entera reunida, con los clásicos manjares traídos desde las cocinas de todos sus miembros. Se apiñan ante la televisión, sin mirarse, sin hablar, con el único brillo en sus ojos proveniente del campo verde televisado. Como zombies. Al pensarlo, nuestro amigo se da cuenta de que al fin y al cabo su familia no es tan mala -al menos, tan mala como podría-. También viven en una jaula para personas, pero al menos los que también tienen una jaula para sus mentes las mantienen para ellos solos.

Por la acera enmarcada de jaulas para personas de ladrillo rojo, camina el joven que dejó de ser niño hace algo más de nueve meses -aunque siendo justos, nunca se le pudo llamar así-. El viento consuela la tristeza que causa lo que ve. Le recuerda a las caricias de su amante. Piensa en volver ya a su casa de familia de clase casi alta, con toda su pobreza a cuestas. Piensa que no está bien acostumbrarse, apegarse a lo que tiene. Según va todo, sólo hay una cosa que sabe que tendrá siempre. Y la verdad, es lo único que quiere, y al darse cuenta toda la pobreza que guarda dentro de sí mismo desaparece. Con el brillo de Luna en los ojos, sigue su camino, el que seguirá durante toda su vida, sonriendo.

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