jueves, 29 de agosto de 2013

Compañía

La noche es hermosa en sí misma, pero dura para los que están solos. Yo la estoy comenzando aquí, frente a la pantalla de mi ordenador, que hace las funciones de un enlace entre mi ser y un mundo no espacial como es internet. Estoy cansado, sin muchos ánimos ni fuerzas par dedicarme a algo útil. De hecho, me ha costado un triunfo empezar a escribir esto. Aunque precisamente mi falta de energía es lo que me ha motivado a hacerlo.

Me siento solo, sí, y eso hace que desee... no, más bien necesite, alguien con quien compartir la noche. Porque de lo contrario el sueño sería demasiado, y acabaría dormido. No, no... el sueño no cambiaría, sino que lo que me faltarían son los ánimos que hacen falta para superarlo. Entonces, la compañía me reconfortaría con esas fuerzas que necesito para superar el sueño, pero: ¿Con qué propósito? ¿Por qué el hecho de tener alguien con quien hablar debería hacer que aumentara mi determinación para aprovechar esta noche, si lo único que hará una conversación es quitarme tiempo? Estar con alguien no beneficia a ninguno de mis fines conscientes y racionales, así que la respuesta tiene que estar en un proceso de la misma naturaleza que el que provoca esta somnolencia: algo inconsciente. Una necesidad tan primitiva como el hambre, una necesidad insuperable de estar acompañado de otros. Quizá un fruto de la selección natural, que favoreció a quienes necesitaban de los demás por facilitar la cooperación, y la cercanía a quien podría ayudar a perpetuar los genes. O quizá esta necesidad responda a algo mucho menos explicable (por el momento), la tendencia de mi alma hacia la conexión con otras; el anhelo de la sensación de plenitud que se alcanza cuando un alma encuentra otra que la complementa. ¿Pero podrá un alma hablar con otra a través de dos terminales de la red? ¿Sin la exposición a las feromonas podrá el cuerpo sentirse satisfecho con el contacto con otro ser humano? Al fin y al cabo, podría no haber ninguna persona detrás de la conversación que anhelo. Podría simplemente estar producida por un programa muy bien diseñado. ¿En ese caso, aunque no estuviera al tanto del engaño, no sentiría la satisfacción que provoca hablar con otro humano? O por el contrario, ¿Lo sentiría exactamente igual, incluso hasta el punto de negarme a aceptar la verdad si alguna vez me es revelada, convenciéndome a mí mismo que el programa informático ha adquirido conciencia de algún modo? Quizá el autoengaño baste para saciar la necesidad, y de hecho, al menos en parte, lo hace: no son pocos los niños (y no tan niños) solitarios que han creado consciencias ficticias, y entablado relación con ellas. Amigos imaginarios. Yo mismo lo hice alguna vez, aunque sigo sin estar seguro de que esa consciencia fuera creada por mí, parecía impredecible. Hasta ese punto podría llegar el autoengaño.

A veces me encantaría poder deshacerme de esto, vivir sin necesitar de nadie más, pero cada vez que lo intento siento que me hundo. No está en nuestra naturaleza el estar solos, sino buscarnos unos a otros continuamente, rechazarnos, seguir buscando. Hasta encontrar a aquellas personas que encajen con nosotros. Y esperar que nada les aleje de nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario