domingo, 29 de abril de 2012

ReV Vampiro (IV): Esperanza y muerte

Batrio a penas durmió ese día. Preso de la excitación, sólo podía pensar en las muertes que provocaría al caer la noche, en las explosiones, en la sangre, en el caos...
Su compañera le intrigaba. Se preguntaba qué le había "obligado" a tomar esa forma de ser, esa barrera entre ella y los demás. Mucha gente pensaba que Batrio tenía algo parecido... pero él simplemente veía a todos los demás como "seres inferiores". No merecían ningún tipo de atención, más que la necesaria para utilizarlos o acabar con sus vidas. En cambio, con Cántor era distinto... puede que no fuera una lumbrera, pero veía más que el resto. Quizá fuera porque, como él, era una malkavian.
Cuando faltaba poco para el anochecer Batrio fue hasta el sótano y se sentó en el sofá junto al que dormía Cántor. Sentía un irreprimible deseo de estar cerca de ella, de observarla, de analizarla.
Pasaron así casi dos horas. Él apenas respiraba para poder oír el aire entrar en los pulmones de ella. Le tranquilizaba y excitaba a la vez. Era agradable volver a sentir algo así después de tanto tiempo viviendo la muerte y las explosiones como única motivación. Era... raro. Ella despertó y le miró algo perturbada. Parece que a la gente común les incomoda tener a un psicópata observándoles mientras duermen.
         -Buenas noches
         -Buenas -saludó ella, mientras buscaba sus botas con la torpeza del sueño. Batrio pensó que debía llevarla por el camino que le interesaba antes de que se espabilara, sin darle tiempo a replantearse la decisión que había tomado la noche anterior. Suponía que alguien como ella no se echaría atrás después de tomar una postura, pero sería mejor asegurarse.
         -¿Salimos a hacer nuestro trabajito? -Batrio no pudo evitar sonreír de pura excitación al recordar lo que iban a hacer-. Estoy impaciente.
         -Oh, ¿Me has traído aquí por eso? Y yo que creía que era porque te gustaba -respondió Cántor, mientras se tumbaba de nuevo en el sofá en postura de una de esas pinturas renacentistas de fondonas desnudas, con una bota puesta y la otra no.
         -Claro, y por eso he elegido a la mujer más masculina de toda la ciudad.
 La sonrisa traviesa de Cántor se perdió entre la rabia y la vergüenza. Quizá pensara que su cuerpo por sí mismo la hacía deseable, pero el gesto tosco y el andar recto eclipsaban sus curvas... aunque no todas.
         -De acuerdo -puede que Cántor pasara un buen rato preocupada por su feminidad, aunque Batrio dudaba que quisiera cambiar en algo- ¿Cuál es el plan?
         "Interesante cuestión" pensó el vampiro ",veamos a ver que tal se maneja en su terreno."
         -Veamos. El Banco de Sangre tiene tres plantas. Arriba, oficinas y sala de cámaras; en la planta baja, laboratorios y recepción; en el sótano, congeladores y un frigorífico a cuatro grados. Hay tres guardias: uno en una garita junto a la entrada de la verja, otro vigilando las cámaras. El último está en la planta baja, él es tu vampiro -Batrio esperó un segundo, para que asimilara la información-. ¿Cómo deberíamos entrar?
         -Es sencillo. Somos dos. Yo me encargo del de la garita, tú del de las cámaras, o a la inversa. Luego, vamos los dos a por el vampiro, que es el que puede dar problemas. ¿Qué te parece?
         -Perfecto -dijo Batrio, en un susurro que se escapó de la sonrisa demente que había colapsado su rostro. Iban a pasarlo bien ahí fuera.

         Cántor se quedó junto a la verja metálica, y Batrio avanzó un poco más sin mirar atrás, con los explosivos a la espalda.
         Se concentró un momento antes de saltar la valla. Hace tiempo que había aprendido a utilizar el poder de su sangre para que sus pequeños músculos obtuvieran una fuerza sorprendente y sus sentidos se agudizaran. Gastaría algo de tiempo, pero merecería la pena.
         Cuando saltó la verja todo a su alrededor desapareció, excepto el sentimiento de su propia invencibilidad y la pared que crecía a sus pies. Sus músculos palpitaban y sus ojos comenzaron a percibir cada mota de polvo sobre el muro. Oyó la respiración del guardia de la sala de cámaras y noto en la piel la vibración que provocaba en el aire al sorber su taza de café -estúpidos humanos, se creen seguros detrás de esas paredes-. Dio dos pasos antes de saltar contra el muro. Aprovechando la sujeción del impacto, se impulsó de nuevo hacia arriba en cuanto sus pies tocaron la pared y se encaramó al resquicio de la ventana tras la que el guardia trataba de mantenerse despierto. Agarró la ventana y la abrió partiendo las sujeciones. El humano gritó cuando él posó sus pies sobre el suelo de la sala. Debería haber sido más rápido. Avanzó hacia él, agarró su cabeza en la barbilla y la coronilla e hizo que su rostro congestionado por el terror diera una vuelta completa. Batrio esperó un segundo antes de bajar, deleitado por el crujido de la columna al partirse y el rostro de terror de su víctima, paralizado en su retina. Le daba pena haberlo hecho tan rápido, pero no tenía otra opción.
         Cuando llegó abajo vio al vampiro mirando hacia donde los restos del guardia de la garita estarían esparcidos. Sin darle tiempo a que se percatara de su presencia cogió la estaca que llevaba prendida en el cinturón y se la clavó directamente en el corazón. Tendría que dejárselo a Cántor, pensó mientras su cuerpo caía desplomado, paralizado. Saludó a la vampiresa, que esperaba fuera, y miró un momento al vampiro empalado. Dejar su sangre ahí le dolía, pero aún quedaba algo con lo que podía saciar el hambre que tenía. Usar su propia sangre así tiene sus consecuencias.
         Colocó tres explosivos en las columnas de esa planta y en un muro de carga, después bajó al sótano. Después de colocar más allí, el efecto de su propia sangre comenzó a perderse. Poco a poco se sintió más torpe, aletargado, cansado. Perdió percepción y su mente trabajó más despacio. Tenía hambre, mucha hambre. Sus ojos se pararon en el frigorífico. Lo abrió, cogió una bolsa, la desgarró y comenzó a beber. La sangre fría perdía su sabor, pero al menos le calmaba. Abrió otra bolsa, y otra, hasta que todo su rostro quedó manchado de sangre fresca -que no recién exprimida- y asquerosa.
El vampiro subió con fuerza de voluntad suficiente para no beberse al vampiro y a Cántor, que esperaba junto a su premio como una niña que calla mientras los mayores hablan. Realmente estaba adorable, con esas pequeñas manchas de sangre sobre el cuello. Era difícil resistirse a ese manjar, al menos a probar sus bondades humanas. Batrio se extrañó ante la excitación que le provocaba su mirada, sus caderas, su escote perlado por la sangre... supuso que algo así había estado sintiendo desde la primera vez que la vio, y lo aceptó rápido. Quizá después de su desilusión con el diablerí pudiera probar lo que se escondía detrás de su ropa... pero sobretodo quería saber lo que había tras esa eterna coraza que ocultaba sus sentimientos.
-¿Vamos? -dijo el vampiro, impaciente por ver qué sería lo siguiente.
Cántor se cargó el zumo a hombros y asintió con la cabeza. Batrio ajustó el temporizador del control remoto de los explosivos justo antes de posarlo en el suelo. Ambos salieron a la oscuridad de las calles, y oyeron las alarmas de los vehículos policiales aparcando junto al banco. Lo había calculado bien, la mayoría ya había entrado en el edificio cuando estallaron los explosivos y el Banco de Sangre se vino abajo, junto con las volátiles esperanzas de orden del Príncipe y sus seguidores.

Cántor, haciendo exhibición de su total falta de elegancia, tiró a su presa en el sofá y se tumbó sobre ella, decidida a hacerle el diablerí. Probablemente ni siquiera supiera con certeza en qué consistía.
Batrio no pudo evitar excitarse al verla abalanzarse así sobre el vampiro, aunque la rabia por que no fuera sobre él mismo fue mayor.
-¡Quieta! -exclamó Batrio- Después de terminar con su sangre tienes que absorber su alma, y no es tarea sencilla. Será mejor que me acompañes a un lugar más cómodo.
Ella le miró, seguramente preguntándose que interés tendría él en llevarla a otro lugar, pero finalmente accedió.
-Vale, ¿Dónde lo hago?
Batrio la condujo escaleras arriba, hasta su habitación. En esa sala pintada de azul había pasado su infancia, le traía muchos recuerdos. Siempre había habido dos camas, en la más lejana de la puerta dormía su hermana pequeña. Ahora él vivía solo.
Sin siquiera echar un vistazo a la estancia, ella se lanzó con su presa en la primera cama, con aún más avidez que antes. Batrio observó apoyado en el marco de la ventana su éxtasis al beber la sangre del vampiro, y la sensación que le provocó le asustó. Quizá eso sería lo que los humanos llaman "celos". Sintió un impulso terrible de apartar a Cántor del cuerpo, tirarla en la otra cama y torturarla hasta que hubiera aprendido, hasta que toda su rabia se esfumase. Pero por algún extraño motivo, por primera vez en su vida como vampiro, no obedeció a su instinto, y esperó con su ser hecho añicos, inexpresivo, junto a la ventana.
De pronto, Cántor dejó de retorcerse y extrajo sus colmillos del vampiro. Lanzó su cadáver al suelo y se enfrentó a Batrio, presa de la ira.
-¡Tú! -gritó, enajenada- ¡Me has mentido!
         Batrio se encogió de hombros, apenas había notado la rabia de la vampiresa.
-Ese hombre no tenía alma, la vendió hace tiempo -dijo, aletargado.
-¿¡A ti!? -ella siguió gritándole.
Él negó con la cabeza, suspirando mientras se deshacía de la terrible sensación que le había atacado antes.
-Yo no puedo hacer ese tipo de tratos.
-Me las vas a pagar, ¡hijo de puta! -rugió ella, comiendo un poco más de espacio a Batrio con sus amenazas, pero sin llegar a atacar, como tratando de que le dijera que sólo había sido una broma, que si seguía succionando un poco más encontraría el alma del desgraciado. Si la sangre del vampiro seguía entrando en sus venas y no la calmaba, pronto atacaría. Recordó la última vez que había provocado un sentimiento tan intenso en alguien, y sintió algo de nostalgia, justo antes de convertirla en deseo. Uno que no reprimiría. Batrio sonrió.
-¿Sabes? No he tomado a una mujer en toda mi existencia como vampiro -dijo, mientras se acercaba a ella y acariciaba sus caderas tensas por la ira.
-¿Qué insinúas? -dijo, algo más bajo. La sutil proposición la cogió con la guardia baja. Retrocedió un poco.
-Yo te daré lo que no has obtenido de él.
-¿Tu alma? -dijo, confusa.
         Él asintió con una sonrisa.
-¿Por una noche? -insistió, como si aquello no pudiera ser cierto. Como si un alma no pudiera ser tan barata.
Batrio se encogió de hombros, ampliando su sonrisa. Daría mucho más que su alma por una noche con esa mujer.
Ella asintió tímidamente, con los ojos clavados en los de Batrio. Ya no quedaba ira en ellos, casi ni extrañeza. Cuando Batrio comenzó a acercarse más a ella, ya  no quedaba nada. Despacio, él le quito la chupa y el pañuelo con el que se recogía el cabello corto, y arrojó ambos a la cama de su hermana. Su camiseta negra dejaba los hombros y una fina tira de carne en su tripa al descubierto. Batrio se acercó un poco más, se agachó  unos centímetros y comenzó a lamer su cuello, de arriba a abajo, una y otra vez, despacio, muy despacio. El tacto de la piel de ella contra su lengua hacía que su cuerpo deseara tirarla en la cama y penetrarla salvajemente, pero tenía que hacer una cosa antes de rendirse al instinto. Al igual que le excitaba ver el terror en los ojos de sus víctimas, necesitaba escuchar los gritos de placer de ella. Quería ver lo que se escondía tras su máscara vacía.
Poco a poco las manos de Batrio fueron ascendiendo desde la cadera hasta sus pechos, tratando de que ella deseara notarlas sobre su piel desnuda, que lo necesitase. Pero seguía sin reaccionar. Él acarició sus pechos, los amasó a través de la ropa mientras lamía y mordía su piel alternativamente. Pero ella no movió ni un sólo músculo.
-¿Y ahora qué? -dijo, tratando de provocar una reacción en ella, mientras tanteaba torpemente su cinturón.
-Quizá deberías aprender a desabrochar cinturones -contestó, con tono socarrón. No era justo lo que quería, pero no estaba mal para empezar.
El vampiro consiguió quitarle cinturón, aunque se sentía tremendamente torpe. Había pasado décadas manejando explosivos, ¿Por qué tantos problemas con el cinturón de una mujer? Desabrochó el botón del vaquero de la vampiresa y metió una mano entre el pantalón y su ropa interior, acariciando suavemente su sexo a través de la tela. Estaba seguro de que mostraría signos de excitación, pero no fue así. Frustrado, deslizó su mano dentro de las bragas. A duras penas pudo mantener la cordura al notar la tierna humedad de su sexo, pero fue capaz de sacar la mano y poner frente a Cántor el fruto de la excitación que se negaba a aceptar.
-¿Qué es esto, Cántor? -susurró- ¿No decías que no te gustaba?
Ella lo pilló desprevenido y lo tumbó en la cama de un empujón mientras enseñaba los dientes, furiosa. Él se levantó rápidamente y se apuntó con una risilla que no debía volver a bajar la guardia. Debía retomar la iniciativa. La sujetó por los hombros con fuerza y la besó en la boca, maravillándose del dulce sabor de su saliva, de la humedad de su lengua. En cambio, ella seguía sin reaccionar. La excitación, la frustración y su lógica le obligaron a pasar a algo más duro. Con rabia, Batrio lanzó a la vampiresa sobre la cama y se tumbó sobre ella. Cántor estaba boca abajo, no tardaría en rendirse. Despacio, el vampiro se acomodó sobre ella y lamió su cuello, lo mordió sin fuerzas; puso contra ella lo que aún tenía dentro de los pantalones. Bingo.
En las caderas de Cántor se empezó a notar un leve movimiento, un balanceo movido por algún lejano instinto humano. Adelante y atrás, adelante y atrás. Batrio recuperó ánimos: aunque le costara terminaría poseyendo a esa fiera. Aumentó ligeramente la presión del mordisco, succionó en su cuello. Lo intensificó todo poco a poco, tratando de que el movimiento de caderas, ese signo de deseo, aumentara... pero se llevó otra decepción. Frustrado, la liberó de su peso y salió de la cama. Le arrancó las botas -con esos calcetines de niña tan adorables-, los vaqueros, sus bragas, y volvió cuando ella ya se había incorporado boca arriba. Fue a entrar entre sus piernas, no las pudo abrir: eran más fuertes de lo que pensaba, y parece que en el fondo el trato no le había convencido del todo. Miró a Cántor a los ojos y vio un sutil miedo. Su máscara empezaba a quebrarse, pero, ¿Qué temía? Si Batrio era un amante espléndido en sus tiempos humanos... qué pena que después sólo fuera un psicópata. Se lanzó sobre ella, tratando de llegar a su boca, a su cuello, pero no pudo. Intentó sujetarle los brazos, pero ella acabó liberándose utilizando las piernas. Las presas se cruzaban, y a Batrio le costaba distinguir brazos y piernas de cada uno en la rápida maraña perlada por golpes y dentelladas. Finalmente desechó inconscientemente su buena fe de no hacer daño a Cántor y cargó todo su peso sobre su brazo izquierdo, sobre su cuello, al tiempo que con el derecho reforzaba la presa. Ella trató de liberarse durante unos segundos, mordió el brazo de Batrio y probó su sangre, tratando de que soltara, pero él no se echaría atrás por un poco de dolor terrenal.
Pronto el cuello comenzó a dolerle y le faltaron oxígeno y fuerzas para resistirse. Sus rostro se pintaba de un sutil rojo y el miedo se hizo un hueco aún más grande en su expresión. Cuando Batrio se dio cuenta de la fuerza que estaba aplicando, aflojó su presa, y ella se sentó contra el cabecero de la cama, sujetando sus rodillas cerca del rostro. Parecía una cachorra indefensa, con algo roto y que moriría si nadie la ayudaba. Batrio se desconcertó terriblemente ante el cambio de la vampiresa, de la "tipa dura". Ahora no parecía más que una niña que había hecho jugando cosas que en realidad la aterraban. ¿Sería así en el fondo? Batrio tampoco pudo evitar enseñar su lado humano -parecía que había algo-, y se acercó a ella tratando de darle algo de calor, de consolarla. Se sentó a su lado, tan cerca como pudo, y pasó su brazo izquierdo sobre ella.
-Tranquila -susurró a su oído, muy suave, muy despacio-. Tranquila. Tranquila.
Esperó unos segundos y se separó de ella. Le hizo un gesto para que se tendiera sobre la cama, y lo hizo sin oponer resistencia, sin ningún signo de protesta. La partida ya estaba ganada. Buscó su sexo sabiendo que ahora no se resistiría a sentirlo todo. Pero ella se retorció, cerró las piernas. Otra vez.
La paciencia del vampiro se había acabado, permitió que su mente analítica resolviera el problema ella sola. Se tumbó despacio sobre Cántor, arrancó la estaca del zumo vacío que seguía pudriéndose a la derecha de la cama y la clavó rápidamente en su corazón. Sin darle tiempo para la reacción. La madera se astilló un poco más al atravesar las costillas: había hecho un buen estropicio, pero en cuanto arrancara la estaca los huesos se soldarían y el tejido se reconstruiría. Por el corazón no había que preocuparse: sólo era de adorno, estaba atrofiado -como el de todos los vampiros-. Ellos mantenían su sangre -y la de sus presas- fluyendo por mera fuerza de voluntad. No moriría, igual que no lo hizo el zumo, pero la estaca la mantendría inmovilizada.
El miedo de Cántor se había convertido en terror, desesperación. Pero también se veía el deseo. Batrio volvió a lamer su cuello, tomándose su tiempo al cruzar la clavícula para llegar a sus pechos adolescentes. Succionó y mordió una sola vez, antes de ir rápido a su ombligo. Cuando este también estuvo bañado por su saliva humana, abrió sus piernas extendidas sobre la cama y se colocó entre ellas. Ensanchando la lengua en cada pasada, acarició con ella los muslos de la vampiresa, cerca de su sexo, una y otra vez, hasta que una agradable sorpresa le sacó de su tarea: hubo una pequeña contracción en una de sus piernas, a pesar de la estaca. Realmente debía de estar pasándolo mal -sonrió Batrio-, ni en situaciones de vida o muerte se conseguía vencer el agarre de la madera en el corazón. Se preguntó cómo debía ser tener un orgasmo con todos los músculos -voluntarios- relajados, sabiendo que podría seguir torturándola hasta que muriese. Le encantó la idea, así que acercó su rostro al sexo de Cántor y le dio un pequeño lametón, y otro y otro. Pronto su instinto le dijo como seguir complaciendo a esa mujer, con la lengua rodeada por los pliegues carnosos de su sexo. No paró hasta que todo su rostro estuvo húmedo por esa miel. Volvió sobre ella y paró un momento para mirarla. No es que la casi total inexpresividad a la que la sometía la estaca fuera muy hermosa, pero su cuello sí lo era, suave como la seda, finamente perfilado, perfecto. Le dio un suave beso justo antes de volver a dirigise a su dueña.
-Creo que ya puedo liberarte
En cuanto le arrancó la estaca ella se levantó y se quitó la camiseta de un tirón y se deshizo rápidamente del sujetador, tirándolos con el resto de su ropa. Lo que veía Batrio era perfecto. Ahora todas sus curvas estaban claras, su piel ligeramente pálida era todo lo que el vampiro quería poseer, su única meta. Se levantó y se quitó rápidamente su pantalón vaquero. Ella le miró, y pidió con los ojos que volviera. Volvió a probar la humedad de su boca, y esta vez Cántor dejó que su lengua bailara con la de él. Batrio de rodillas sobre ella, que estaba tumbada en la cama, desnuda. Sus lenguas chocaban con pasión, la atracción entre sus bocas les llamó a fundir su cuerpo con el del otro, a desafiar de nuevo toda la física.
-¿Quieres algo? -dijo él, con una sonrisa socarrona. Ella sólo asintió un momento, y sus bocas volvieron a juntarse -. ¿Qué quieres?
Ella agarró el calzoncillo del vampiro, con fuerza, con rabia.
-¿Y dónde? -la malicia de su sonrisa rompía todo límite. No había maldad ni sadismo, sólo unas extrañas ganas de jugar.
Cántor acercó la mano a su sexo, tirando tras de sí de lo que cubría sus deseos, a Batrio. Complacido, se desnudó del todo y se tumbó sobre ella, cubriendo su cuerpo, era más pequeño de lo que parecía, pero le arropó como un suave vapor. Tan bello era el tacto de su piel que no pudo separarse de ella ni un instante.
-Guíame -dijo, sin ganas de complicaciones.
Ella deslizó sus manos debajo de él, agarró su verga y la colocó. El glande, hinchado, palpitante, rozaba con la entrada al interior de ella, Batrio notaba en la punta de su deseo toda la pasión de ella, y no pudo esperar más. La agarró por los hombros, y tensando las piernas y su verga, la embistió con fuerza, atrayéndola contra él. Sintió vagamente un grito de ella, justo antes de seguir moviéndose con toda la fuerza que le inspiraba la pasión, el calor, el deseo por esa mujer. Por primera vez en mucho tiempo, no pensó. Sólo podía sentir las contracciones de ella alrededor de su verga, en cada orgasmo, en cada pico de placer de los dos. Agarraba con fuerza sus hombros, atrayéndola con los brazos en cada embestida, poseyéndola del todo hasta que todo el placer y el calor se desbordó con un último estremecimiento, con una última contracción de ella. Después Batrio quedó inmóvil, complacido por la sensación, sintiendo aún los latidos de Cántor en su verga.
Cuando aún estaba dentro de ella, Cántor sacó sus colmillos y estiró el cuello, tratando de llegar al de Batrio. Pero él se retiró.
-Quieta -pronunció, despacio, como hablando con un animal de carga -. Yo te dije que te daría mi alma, no mi sangre, así que si la quieres tendrás que buscar otra forma de sacarla.
-Cabrón -gruñó Cántor, como quien vuelve a morder sobre la misma herida en su labio-. Me has vuelto a engañar.
         -Falso, en todo caso tú has entendido mal nuestro trato.
         -¿Y si encuentro a alguien que quiera comprarme tu alma? -preguntó, con más amenaza que duda.
-Será toda suya -Batrio se encogió de hombros, explicando algo obvio.
Cántor lo apartó de un empujón y se acurrucó en un lado de la cama, de espaldas a él. Él sólo veía la parte de su espalda que no cubrían las sábanas, y su frágil cuello medio tapado por pequeños mechones negros que se habían enmarañado durante el forcejeo. Se sentía abandonado, más solo que nunca, aunque siempre estuviera así. Ella parecía herida, rota, sin nada más que odio hacia él y si misma... ¿Ambos estaban condenados a estar solos siempre? ¿Por qué? Esa piel... ahora parecía más pálida, aunque seguro que era igual de cálida. Batrio se acercó a ella titubeando y se acurrucó contra su espalda.
-¿Qué se supone que haces? -dijo ella, con ese cansancio que sólo da el dolor.
-Abrazarte -era obvio.
-¿Y por qué cojones haces eso?
-Estás en mi cama.
-Apártate -acuchilló ella.
Batrio despegó su piel de la suya, hundido en un pozo cuyo contenido no podía nombrar, rendiéndose por un momento al frío de su propia piel, el de siempre.
-¿Qué demonios buscabas?
Él se acercó a ella, con esperanzas de que le permitiera enseñárselo con su calor, pero le apartó de nuevo. Volvió a separarse, bajó la cabeza y bajó los párpados. Esta vez temía mirarla a los ojos y destrozarse a sí mismo al ver ese desprecio temeroso en su rostro, lo único que habían sentido por él durante los últimos veinticinco años.
De repente, desde la pena, notó en su hombro esa sensación cálida. No podía ser. Abrió los ojos y a pocos centímetros de ellos vio a Cántor, acurrucada en su hombro.
-¿Qué haces?
Ella respondió sin moverse, sin abrir los ojos, con el rostro algo más que inexpresivo... quizá sereno. Aunque puede que no fuera así.
-Es un experimento. No preguntes, o me arrepentiré.
Batrio aceptó la explicación durante dos segundos, pero recordó lo poco que le gustan las mentiras, las cosas que se hacen sin sentirlas. Hizo un ademán casi -o totalmente- imperceptible de apartarse de su abrazo, pero no pudo hacerlo. Este momento estaba siendo demasiado hermoso, además, no tenía claro que estuviera diciendo la verdad. Aunque de todas formas, Batrio no tenía claro absolutamente nada, pero la pureza de este momento no podía empañarse con nada. Al cabo de un rato con sus respiraciones como única música, ella habló, en voz baja.
-¿Esto es lo que buscabas? -Batrio no contestó-. Pues perdona que te diga, pero para esto suelen funcionar mejor los teléfonos que las bombas. Por lo general -parecía el tono de una hermana mayor, o el de una amiga de toda la vida.
-¿Habrías venido si te hubiera llamado por teléfono?
-No.
-Entonces, me quedo con mis explosivos.
-Ya, pero eso es sólo en mi caso. Si no hubiera sido yo, si hubiera sido cualquier otra chica...
-Ahora estaría muerta -cortó Batrio
-¿Había bombas en mi apartamento? -exclamó ella, aterrorizada.
-Si no salías, al menos me hubiera divertido un poco -Batrio se encogió de hombros-. Pero confiaba en no tener la oportunidad de usarlos.
-Estás loco... -meneó la cabeza, tratando de sacarse la idea de la cabeza. Luego suspiró- ¿Por qué confiabas en ello? No me conoces.
-Sí te conozco.
         -¿En la reunión? ¿En veinte minutos crees conocerme? Estás loco -Cántor puso los ojos en blanco, creyendo ser una persona demasiado complicada para las demás mentes. Era ella la que no se conocía a sí misma.
-Sí te conozco -afirmó, seguro- más que suficiente para saber que no me darías tu número de teléfono, ¿Te parece poco?
-Sí -contestó. Besó el cuello de Batrio suavemente y hundió la cabeza en el hueco entre hombro y cuello.
-¿Qué haces? -él había sentido ese beso como un dulce regalo del sueño.
-Experimento. Insisto en que no preguntes, o me arrepentiré.
Batrio asintió, dulcemente aburrido por cómo seguía tratando de esquivar el cariño, aún cuando acariciaba su pecho con la punta de los dedos, abrazada a su cuerpo. Él sentía su aliento contra su cuello, quizá los latidos de su corazón, una ligera humedad de sudor entre ellos, su piel, el calor. Su alma sólo tenía ternura, plenitud. Puede que felicidad, e incluso se atrevería a decir que estaba en paz. Pensó que esto podía ser la auténtica Golconda, pero al final, Cántor habló.
-Tengo que irme -dijo, mientras se levantaba y recogía rápidamente su ropa.
-Es de día -Batrio no podía creer que se fuera ahora en pleno día, ahora que la tenía, después de tantos esfuerzos por conseguirla. Ella esperó a estar vestida para contestar.
-Está muy nublado, no corro demasiado riesgo. Tengo que hacer algunos recados -se ajustó las botas antes de salir por la puerta-. Volveré esta noche. Te lo prometo.
Batrio cerró los ojos y asintió, con la rabia escondida entre sus venas. Escuchó la puerta de su habitación cerrarse, pasos rápidos por las escaleras y la puerta de la calle terminó con sus esperanzas de que todo fuera una pesadilla o un malentendido. Sintió la lluvia caer sobre la casa, sin dar tregua, como una condena eterna. Oyó latidos de su corazón muerto, y se dio asco. Se levantó y subió la persiana de un tirón, pero las nubes ennegrecían el cielo; ni siquiera la muerte querría visitarle ese día. Se sentó muy despacio sobre la cama, y después se tumbó. Escuchando la pena en la lluvia y la ira en cada trueno, sintió cómo su piel desnuda se quemaba levemente, muy poco a poco, por la poca luz de sol que se filtraba entre las nubes negras. Pasó todo el día mirando cómo el humo que ascendía desde su piel formaba la muerte en el aire, sintiendo el terrible dolor de la luz. No durmió nada.


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