sábado, 28 de abril de 2012

ReV Vampiro (III): Segunda Noche

      Cuando Cántor abrió los ojos al atardecer, Batrio ya estaba allí.
      El corazón se le aceleró por un segundo, pero enseguida volvió a su ritmo normal. Cántor no era del tipo de chicas que dejan ver sus emociones si pueden evitarlo.
      -Buenas noches.
     -Buenas - respondió, mientras tanteaba debajo del sofá hasta que dio con sus botas militares. Batrio la estudiaba desde el sillón contiguo con tranquila desenvoltura y una sonrisa relajada en las comisuras de la boca.
       -¿Salimos a hacer nuestro trabajito? Estoy impaciente.
    -Oh, ¿me has traído aquí por eso? Y yo que creía que era porque te gustaba - respondió Cántor distraídamente, mientras se ataba las botas. Batrio alzó las cejas, con una suave sonrisa de diversión.
      -Claro, y por eso he elegido a la mujer más masculina de la ciudad.
      Las mejillas de Cántor se encendieron levemente. Era verdad que era una mujer ciertamente masculina, en el vestir y en los ademanes, aunque su cuerpo tuviera tantas curvas que siempre parecía en movimiento. Nunca le había hecho gracia la idea de ser una muñequita linda, como las otras vampiresas, que por muy letales que fueran, vestidas de cuero ceñido parecían barbies góticas. Nadie las tomaría en serio.
      Al menos, Cántor jamás lo haría.
      -De acuerdo -masculló Cántor -. ¿Cuál es el plan?
      Batrio esbozó una media sonrisa.
     -Veamos. El Banco de Sangre tiene tres plantas. Arriba, oficinas y sala de cámaras; en la planta baja, laboratorios y recepción; en el sótano, congeladores y un frigorífico a cuatro grados. Hay tres guardias: uno en una garita junto a la entrada de la verja, otro vigilando las cámaras. El último está en la planta baja, él es tu vampiro. ¿Cómo deberíamos entrar?
      Cántor juntó los dedos de las manos formando un arco, pensativa.
      -Tres. ¿Dónde están las cámaras?
      -Tengo entendido que todas dentro.
      -Entonces, es sencillo. Somos dos. Yo me encargo del de la garita, tú del de las cámaras, o a la inversa. Luego, vamos los dos a por el vampiro, que es el que puede dar problemas. ¿Qué te parece?
      Batrio sonrió, con aquella suave sonrisa que ponía a Cántor la piel de gallina.
      -Perfecto.

      Batrio la dejó junto a la verja metálica que rodeaba el edificio. Él saltó la verja, cargado con una enorme mochila en la que Cántor sospechaba que estaban los explosivos, y desapareció en la oscuridad. Ella contó hasta mil, dándole tiempo para escalar el edificio.
     Por un instante, se planteó dejar a Batrio en la estacada, marcharse, desaparecer y dejarlo solo. Lo atraparían, el Príncipe exigiría su ejecución y todo estaría solucionado para ella.
       Novecientos noventa y tres, novecientos noventa y cuatro...
    Sólo tenía que irse, y todo estaría resuelto. Cogería su vieja moto, o robaría otra nueva, y haría kilómetros hasta dejar atrás Dante's City y no miraría atrás. Empezaría de cero en otra ciudad donde nadie hubiera oído jamás hablar de Cántor, ni de Batrio.
      Novecientos noventa y ocho, novecientos noventa y nueve...
     Mil. Cántor miró a su alrededor, y comprobó que no había nadie. Saltó la verja y se acercó hasta la garita caminando por las sombras sin que el hombre la viera. Una vez allí, lo estudió con calma; el tipo era alto y fuerte, pero desde luego eso no lo hacía rival para la vampiresa. No parecía llevar armas, aunque Cántor había aprendido a no confiarse tiempo atrás. Se centró en la garita; era pequeña, acristalada, aunque seguramente el cristal sería blindado. La puerta tenía todo el aspecto de abrirse hacia afuera. Hmm...
      La vampiresa se colocó de espaldas junto a la malla metálica, de tal forma que cuando el tipo abriese la puerta, ella quedase detrás, entre la pared sin cristal y la puerta, que obviamente tampoco era de cristal. Apuntaló los pies en el suelo y cuando estuvo segura de su equilibrio, lanzó un grito angustiado.
     Oyó al hombre ponerse en pie en la garita, y hablar rápidamente con sus otros compañeros con por el walkie. Para frustración de Cántor, el de las cámaras le respondió. Maldito Batrio, ¿podría ser más lento?
     Después de haber hablado con sus compañeros, el hombre se puso de pie, se acercó a la puerta de la garita, la abrió y asomó la cabeza.
      Justo como Cántor había predicho que lo haría.
      Blam.
      De una brutal patada, Cántor volvió a cerrar la puerta, con el cráneo del hombre en medio. Se oyó un espeluznante crujido, y sangre y sesos volaron en todas direcciones. El hombre cayó en el suelo como un fardo, sin un gemido.
      Por el walkie, Cántor oyó a los otros dos guardias llamar a su compañero con preocupación, hasta que uno de ellos dejó escapar un chillido aterrorizado y también se quedó en silencio. La vampiresa sonrió; ya solo quedaba el vampiro.
      Corrió hacia el interior del Banco de Sangre. La puerta principal estaba acristalada, como suele estarlo en este tipo de edificios, y Cántor vio al guardia vampiro mirar a su alrededor, entre consternado y desesperado.
      También vio a Batrio llegar desde las escaleras y clavarle una estaca en el corazón por la espalda.
    Batrio le hizo señas para que entrase, y Cántor corrió hacia él. Una vez dentro, Batrio le dedicó su sonrisa demente.
     Cántor vio como Batrio desaparecía con su enorme mochila escaleras abajo. Apenas cinco minutos después, el vampiro volvió a subir, con la mochila mucho más descargada y la boca el el rostro llenos de sangre.
      -¿Vamos?
      Cántor, cargándose al vampiro inmovilizado al hombro, asintió. Juntos se internaron en las oscuras calles de Dante's City,


      Cántor arrojó a su presa sobre el sofá sin ningún miramiento. Le apartó los brazos, le descubrió el cuello y se dispuso a hacerle el Diableri.
     -¡Quieta! - exclamó Batrio, en apariencia consternado -. Después de terminar con su sangre tienes que absorber su alma, y no es tarea sencilla. Será mejor que me acompañes a un lugar más cómodo.
      Cántor le miró, alzando una ceja con desconfianza, luego, suspiró. Lo cierto es que no le apetecía hacer un Diableri tumbada de cualquier manera en un maldito sofá. Y si Batrio, por muy loco que estuviera, le ofrecía una cama, mejor que mejor.
      -Vale. ¿Dónde lo hago?
      Batrio, sonriendo, la condujo escaleras arriba, hasta a una habitación con dos camas pintada de azul,  y le abrió la puerta con aire de caballero. Cántor lanzó a su presa sobre la cama. Los ojos del vampiro giraban enloquecidos, aterrados, cuando la vampiresa mercenaria se tendió sobre él.
     Batrio entró en la habitación y se apoyó con aparente despreocupación en el marco de la ventana, observando, quieto, inmóvil.
       Cántor hundió los dientes en el cuello del vampiro, y comenzó a succionar.
       La pureza de la sangre de vampiro, aquel sabor incomparable, único, la elevó al éxtasis en cuestión de segundos. No sabía cuánto tiempo estuvo succionando. Tenía que desangrarlo del todo, hasta que no quedase una gota de sangre en su cuerpo, y luego, seguir bebiendo hasta tragarse su alma.
     De pronto, no quedaba más sangre. Cántor siguió succionando, ansiosa, esperando beberse aquel alma...
       Pero allí no había nada.
       Con un rugido de exasperación, Cántor arrojó el cadáver del vampiro al suelo y se enfrentó a Batrio.
       -¡Tú! - rugió, furiosa - ¡Me has mentido!
       Batrio se encogió de hombros.
       -Ese hombre no tenía alma, la vendió hace mucho tiempo.
       -¡¿A ti?!
       El vampiro negó con la cabeza, con un suspiro.
       -Yo no tengo poder suficiente como para hacer ese tipo de tratos.
       -Me las vas a pagar, ¡hijo de puta! - rugió Cántor, lanzándose sobre él de nuevo, pero Batrio se apartó y le hizo un gesto para que se estuviera quieta.
      -La sangre de vampiro ya te afecta, ¿verdad? - preguntó Batrio, con aquella sonrisa torcida y demente. Cántor se ruborizó ligeramente; era cierto. La sangre de vampiro resultaba brutalmente excitante -. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve con una mujer.
      -¿Qué insinúas? - gruñó suavemente Cántor. Batrio sonrió.
      -Yo te daré lo que no has obtenido de él.
      -¿Por una noche?
      Batrio se encogió de hombros, con una sonrisa ladeada. Cántor suspiró. Ya le había tomado el pelo antes, pero, en el caso de que se negara, siempre podría tomarlo por la fuerza. Y si estaba distraído, mejor que mejor.
       Asintió brevemente, con los ojos clavados en los de Batrio.
      Él se acercó a ella, despacio. No sin cierta delicadeza, le quitó la chupa de cuero negro y el pañuelo con el que se recogía la negra y corta melena, y los arrojó sobre una de las camas. Debajo de la chupa, Cántor solo llevaba un top negro ceñido que dejaba hombros y ombligo al descubierto. Batrio la miró con lascivia, y comenzó a recorrer el cuello de ella con la lengua, despacio, cubriéndolo de saliva, a la vez que sus manos, ágiles y firmes de manejar explosivos, acariciaban los pechos y el vientre de la vampiresa.
    Cántor mantenía la vista al frente, tratando de no mirarlo, tratando de no sentir cómo sus manos masajeaban sus senos a través del sujetador, cómo acariciaban su vientre, bajando lentamente hasta el cinturón. Estaba furiosa, y no iba a rendirse a él. No la tendría. No notaría diferencia entre ella y una hembra humana. Solo tendría una muñeca inerte.
      -Y ahora qué, ¿eh? - preguntó Batrio, con aquella extraña entonación suya. Cántor clavó sus pupilas en las de él, dedicándole una mirada llena de malicia.
      -¿Qué tal si aprendes a soltar cinturones?
      El vampiro le dedicó una mueca de desdén, y arrancó el cinturón de ella de un último tirón. Luego, desabrochó el botón del vaquero de la vampiresa y deslizó la mano dentro de las bragas de la vampiresa. Cuando la sacó y se la puso ante el rostro, estaba brillante de humedad.
     -¿Qué es esto, Cántor? -siseó, con aquella sonrisa peligrosa - ¿No decías que no te gustaba?
     Cántor lo apartó de un empujón y le enseñó los dientes, furiosa. Batrio solo se rió, y la sujetó por los hombros con fuerza. La besó en la boca, metiéndole la lengua entre los dientes, y luego la arrojó sobre la cama, boca abajo, y se tendió sobre ella, apretando el bulto de su ingle contra ella. En las caderas de Cántor se notó un leve movimiento, un impulso atávico de instintos apenas humanos, pero no fue a más, ni siquiera cuando Batrio aumentó la fuerza de sus mordiscos. El vampiro resopló, frustrado. Le sacó las botas de dos bruscos tirones, y luego, los vaqueros y las bragas. Cántor, inconscientemente, cerró las piernas.
      Batrio sonrió al ver el miedo en sus ojos.
      Ella volvió a enseñarle los dientes, siseando. Batrio se tendió sobre ella y trató de abrirle las piernas, pero la vampiresa era mucho más fuerte de lo que parecía y pudo resistirse. El vampiro, frustrado, se lanzó sobre ella, abriendo y cerrando los dientes, tratando de besarla en el rostro, en el cuello, al tiempo que le sujetaba los brazos y trataba de inmovilizarla. Ella le devolvía todos los golpes, retorciéndose, lanzando dentelladas. Llegó incluso a aprisionar el brazo de él entre sus mandíbulas, apretando con fiereza. La sangre manó y empapó la boca de la vampiresa, y aquello fue incluso peor, pues su excitación creció, y la tentación de someterse creció también.
         Pero ella era Cántor. No podía entregarse así por las buenas.
      De repente, Batrio logró rodear su garganta con la mano derecha, descargado todo el peso de su cuerpo sobre el cuello de ella con la izquierda, casi estrangulándola.
        -Quieta - jadeó -. ¿Me oyes? Quieta.
       Cántor asintió, con los ojos cerrados, pero en cuanto Batrio soltó su garganta y se tendió sobre ella, buscando su sexo con manos ávidas, la vampiresa volvió a retorcerse.
        Con un bufido de exasperación, Batrio tanteó junto a la cama, sacó la estaca del cadáver del guardia  y la clavó clavó directamente en su corazón.
      Cántor quedó totalmente inmovilizada, indefensa. Mientras sus ojos giraban en todas direcciones, enloquecidos y aterrados, Batrio lamió suavemente su mejilla y su cuello.
        -Así está bien, pequeña. ¿Entiendes? Quieta.
       Siguió lamiendo el cuello de la vampiresa, que, inmovilizada y sometida, se retorcía internamente de placer y ansiedad. Supo que Batrio la había derrotado, que había llegado el momento de rendirse y tomar lo que deseaba. Cuando Batrio aprisionó sus senos con manos firmes y comenzó a masajearlos con fuerza, deseó poder moverse, poder abrazarlo, morderlo, lamerlo o acariciarlo... 
       El vampiro soltó sus senos y siguió descendiendo hasta la cintura. Acarició sus piernas, largas y firmes, fuertes, y comenzó a lamer la parte interna de los muslos de Cántor. Ella, inmovilizada, muda, apenas podía resistir la tortura. Quería que se moviera, quería que siguiera lamiéndola, que siguiera hasta...
      Hasta ahí. Repentinamente, la lengua de Batrio acarició el sexo de Cántor, despacio primero, con más firmeza después, firme, apremiante. El primer orgasmo de la vampiresa le llegó en la más absoluta inmovilidad.
      Batrio alzó el rostro de entre sus piernas, con el rostro brillante y húmedo por el orgasmo de ella, y la besó suavemente en el cuello.
     -Creo que ya puedo liberarte.
   "Demonios, sí", pensó Cántor, pues el peso del vampiro sobre ella había vuelto a despertar su excitación, y quería más. Batrio se apartó de ella y se desnudó en cuestión de segundos, mientras la vampiresa sentía aquellas insoportables y deliciosas contracciones en su sexo, ansiosas de la verga de él, que se erguía firme y erecta a través del calzoncillo, una vez liberada de los pantalones. 
     Batrio se tendió de nuevo sobre ella y volvió a lamerle la mejilla y los labios, antes de sacar la estaca de su pecho.
     Cántor lo apartó y se irguió de golpe, y por un momento Batrio pareció ponerse a la defensiva, pero ella únicamente  se quitó el destrozado top y el sujetador. Para cuando volvió a tenderse en la cama, con los ojos encendidos y los labios húmedos, la herida de su pecho ya había cerrado.
     Batrio se tendió sobre ella otra vez, besándola en la boca. Ella le devolvió el beso, con fiereza, incluso con furia, notando su propio sabor en sus labios, la sorprendente calidez de aquella piel pálida, su verga allí, justo allí, a punto, mientras las caderas de ella se movían en un impulso irreprimible.
     -¿Qué quieres? - susurró Batrio junto a su oído. Cántor aferró el calzoncillo de Batrio y tiró de él hacia ella, mirándolo fijamente - ¿Y dónde?
     Cántor tiró de él hacia su sexo, y el vampiro se apartó de ella un instante, lo justo para quitarse el calzoncillo y volver a tenderse sobre ella.
      -Guíame - susurró el vampiro, y ella lo hizo, con delicadeza, con ansia.
     Batrio sonrió una vez más, justo antes de hundir su rostro en el hueco del cuello de ella y penetrarla.
     La primera embestida le arrancó un grito, y Cántor notó el calor, la fuerza de la verga de él al entrar en su interior, su propia humedad, tantas cosas... las embestidas se sucedían, firmes, ni rápidas ni lentas, solo eran exactamente como tenían que ser, y Cántor no cesaba de gritar. Los labios de Batrio no se detuvieron ni un segundo en su cuello, en sus clavículas, ni sus manos soltaron los hombros de ella ni un segundo, agarrándose a su cuerpo, deslizándose sobre ella con cada una de las embestidas.
     Cántor no tardó en perder la cuenta de los orgasmos, ¿qué sentido tenía? Sus manos recorrían el cuerpo perfecto de Batrio, sus hombros anchos y fuertes, aquella espalda fibrosa, su cadera y sus nalgas firmes, mientras sus piernas se enredaban con las de él, como si temiera que fuera a irse de un momento a otro.
     Batrio no dejó escapar ni un gemido durante todo el tiempo que la estuvo penetrando, hasta el final. Con un estremecimiento y un gruñido profundo, el vampiro se aferró con más fuerza a ella, hasta el punto de que sus uñas dejaron ocho heridas en la espalda de ella, y vació su calor acumulado. Ella terminó por última vez apenas un segundo después.
     Se quedaron inmóviles, sin decir nada. Cántor ni siquiera sabía qué sentir. Se suponía que aquello había sido un negocio, y había acabado gritando como una perra. Con un suspiro de desdén, se irguió hasta el cuello de Batrio, buscando su sangre y lo que él le había prometido.
     Pero Batrio se apartó de golpe.
    -Quieeeeta - dijo, con aquel extraño tono que Cántor empezaba a conocer bien -. Yo te dije que te daría mi alma, no mi sangre, así que si la quieres tendrás que buscar otra forma de sacarla.
    -Cabrón - gruñó Cántor, furiosa -. Me has vuelto a engañar.


    -Falso, en todo caso tú has entendido mal nuestro trato.
    -¿Y si encuentro a alguien que quiera comprarme tu alma? -preguntó, aunque lo cierto es que era solo una amenaza.
      -Será toda suya.


     Lo apartó de su cuerpo de un golpe y se acurrucó en un lado de la cama. Se sentía indefensa, asustada, imbécil y estafada. Para su sorpresa, Batrio se acercó a ella y se acurrucó contra su espalda. Cántor lo apartó de un empujón.
     -¿Qué se supone que haces?
     -Abrazarte - dijo Batrio, como si fuera lo más lógico del mundo. 
     -¿Y por qué cojones haces eso?
     -Estás en mi cama.
     -Apártate - siseó ella. Batrio se apartó con suavidad, con una expresión de profunda tristeza en el rostro. Cántor, por algún extraño motivo, se sintió horriblemente culpable. Se giró hacia él, tratando de mirarlo.
    -¿Qué demonios buscabas? - preguntó, realmente intrigada. Batrio se acercó a ella, despacio. Cántor volvió a apartarlo, y él cerró los ojos y escondió el rostro entre las manos. La vampiresa miró al techo, donde se reflejaban algunos jirones de luz del amanecer que se colaban por la rendijas de la persiana. Luego, titubeando, se acercó a él, le levantó un brazo y se acurrucó contra su cuello.
     -¿Qué haces? - preguntó Batrio, sorprendido. Cántor respondió sin abrir los ojos.
     -Es un experimento. No preguntes, o puede que me arrepienta.
     Batrio, que repentinamente parecía mucho más indefenso, no dijo nada. Permaneció quieto, abrazándola, sin moverse.
    -¿Esto es lo que buscabas? - preguntó Cántor al cabo de un rato. Batrio no dijo nada, de modo que ella lo tomó como un "sí" - Pues perdona que te diga, pero para esto suelen funcionar mejor los teléfonos que las bombas. Por lo general.
    -¿Habrías venido si te hubiera llamado por teléfono?
    -No.
    -Entonces, mejor las bombas que los teléfonos.
    -Ya, pero eso es solo en mi caso. Si no hubiera sido yo, si hubiera sido cualquier otra chica...
    -Ahora estaría muerta.
    -¿Había bombas en mi apartamento? - preguntó Cántor, alarmada.
    -Si no salías, al menos me hubiera divertido un poco -Batrio se encogió de hombros-. Pero confiaba en no tener la oportunidad de usarlos.
 -Estás loco... -meneó la cabeza, tratando de sacarse la idea de la cabeza. Luego suspiró- ¿Por qué confiabas en ello? No me conoces.
    -Sí. Te había visto antes.
    -¿En la reunión? ¿En veinte minutos crees conocerme? Estás loco.
     Batrio negó con la cabeza, suspirando.
     -Sí te conozco -afirmó, seguro- más que suficiente para saber que no me darías tu número de teléfono, ¿Te parece poco?
     -Sí - respondió Cántor, aunque pensaba lo contrario, acurrucándose contra él un poco más. Le besó en el cuello, casi con timidez.
     -¿Qué haces? - preguntó Batrio de nuevo.
      -Experimento. Insisto en que no preguntes, o me arrepentiré.
     Batrio asintió, y ella sintió como su barbilla rozaba levemente su coronilla al hacerlo. Se quedaron un buen rato en silencio, esperando a que uno de los dos dijera algo.
       Al final, Cántor habló.
     -Tengo que irme - dijo, levantándose lentamente. Batrio la miró, con unos ojos que resultaban casi indefensos.
       -Es de día -dijo, nervioso. Cántor se acercó a la ventana, dudando.
      -Está muy nublado, no corro demasiado riesgo. Tengo asuntos que atender - dijo, mientras se ponía los vaqueros y la chupa. Le dedicó una última mirada a Batrio, acurrucado en la cama, antes de ponerse las botas y salir por la puerta -. Volveré esta noche. Te lo prometo.
       Batrio asintió, con los ojos cerrados. Cántor abrió la puerta y salió de la habitación, y luego, a la calle. Llovía a cántaros, y el cielo sobre Dante's City era negro como el corazón del abismo.

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