lunes, 16 de abril de 2012

ReV Vampiro (I): Primera Noche


    Dante's City era una ciudad como todas las demás. Tal vez fuera un poco más grande, quizá algo más oscura. Pero para Cántor, eso no era nada nuevo. Ella había visitado cientos de ciudades como aquella, porque de hecho, eran las únicas que visitaba. Para una mercenaria de su clase, solo las ciudades que tenían un Príncipe eran interesantes.
       Nada más llegar a la ciudad, se dirigió al Nido del Príncipe. No era cuestión de ser maleducada, pues no sabía cómo de irritable sería este. Su anterior Príncipe no había tolerado nada bien todo lo que considerase una ofensa de algún tipo, y ella no quería acabar ejecutada nada más llegar a la nueva ciudad.
      Aún así, sacó un poco de tiempo para hacerse con un apartamento pequeño, pero con garaje, pues era importante tener su moto resguardada. El apartamento, un pequeño piso de una habitación en la quinta planta, le resultó agradable desde el primer momento. Para ella era importante tener un pequeño refugio al que regresar, algo inviolable que solo conociera ella. Un lugar privado.
      La visita al Príncipe fue interesante, aunque rutinaria. Como siempre, como en todas las ciudades que había visitado, el Príncipe la miró de arriba a abajo. Le preguntó por sus habilidades, y por su nombre. Luego la envió con un grupillo de matones que se dedicaban a mantener el orden en las calles. Cántor se aburrió cuando apenas habían pasado dos segundos. A pesar de estar sorprendentemente cuerda para ser una Malkavian, las cosas "serias" le aburrían. Cántor necesitaba actividad, necesitaba movimiento, necesitaba cosas nuevas, intrigas, locura. Y aquel grupillo estaba jodidamente empeñado en centrarse en la Mascarada, en cuidar de los humanos (¡los humanos no son bricks de zumo!) y todas esas tonterías. Aburridos. Cántor se estaba pensando mucho el irse a su apartamento, coger la moto y hacer carretera hasta la siguiente ciudad que se le cruzara en el camino.
      Hasta que lo vio a él. Permanecía un tanto al margen, sin mirar a nadie. Las pocas ocasiones en las que habló, parecía ausente, como si no le importase en absoluto nada de lo que decían sus compañeros. Su postura relajada revelaba un cuerpo, quizás algo delgado, pero atractivo. Los músculos apenas destacaban bajo la piel, pero estaban allí, como demostrando su fuerza. Los labios carnosos que formaban una sonrisa perezosa, el brillo de locura que destellaba en sus ojos al mirar a Cántor.
      La reunión apenas duró veinte minutos, y luego cada cual se fue a su casa. Cántor hizo su camino pensativa, con la mirada perdida. ¿Debía irse ya? ¿No sería una ofensa para el Príncipe? Pero eran tan, tan aburridos... 
       Decidió quedarse aquel día, y marcharse cuando cayera la noche. Necesitaba descansar, era obvio. Tal vez cazase algo la noche siguiente, pues estaba sedienta, y ya de paso se hiciera con una pistola nueva, pues no tenía ni la menor idea de qué había hecho con la suya.
       Pasó diez minutos viendo la televisión, haciendo zapping. Quedaban unas dos horas para la amanecida, pero no tenía ganas de salir a cazar, ni ir de bares, ni nada. Se sentía extrañamente fuera de lugar, y aquello no era habitual en Cántor.
      Al final, se tiró en la cama y cerró los ojos. No habían pasado ni dos minutos cuando escuchó el timbre de una casa vecina. Oyó a la mujer levantarse, y de pronto, la explosión, que sacudió todo el edificio. Se puso en pie y se dirigió a la ventana, tratando de ver qué ocurría, cuando escuchó otro timbre, y otra explosión que la derribó en el suelo. Se levantó de un salto, abrió la ventana, con tanta fuerza que la arrancó del marco, y se asomó al exterior. Otro timbre. Otra explosión. Cada vez estaban más cerca, y Cántor empezaba a inquietarse. No podía saltar por la ventana, no estaba segura de no romperse algo. ¿Por qué elegiría un puto quinto piso? Imbécil.
      La siguiente explosión ocurrió aún más cerca, y ella volvió a perder el equilibrio. No podía esperar más, salió al portal y corrió hasta la calle.
      Allí, en una esquina, mirándola fijamente, estaba "él". Vestido con una camiseta blanca ceñida y unos vaqueros descoloridos, el vampiro que no había apartado la vista de ella durante la reunión le sonreía.
      Para Cántor, no había dudas de qué hacía allí.
      -¡Hijo de puta! - exclamó, rabiosa. Él le dedicó su encantadora sonrisa.
      -Estabas tardando en bajar, Cántor.
      Ella le dedicó una mirada, mitad ofendida, mitad furiosa. Sabía que podría matarlo, era lo bastante fuerte como para hacerlo. Podría desangrarlo.. ¿o no? Tal vez la delgadez de aquel vampiro ocultase una fuerza superior a la de ella. Aunque no parecía de una generación más próxima a Caín que la suya, Cántor sabía que dejarse llevar por las apariencias era una estupidez.
      -¿Quién eres? - gruñó.
      -Batrio.
       -Todos llaman al timbre. Es demasiado aburrido –dijo, cómo si fuera algo obvio- además, no he volado tu casa.
Cántor le miró, escéptica.
-Sólo he volado las cercanas –Batrio sonrió con malicia - tu apartamento está intacto. Ahora, ¿Quieres acompañarme?
      Cántor no era una mercenaria por nada. Era mucho más alta y mucho más fuerte que la mayoría de las vampiresas y, además, mucho más amenazadora. Sus ojos tenían el brillo de locura que caracteriza a los Malkavian, pero no solo eso; su sonrisa lobuna era capaz de hacer huir despavorido a más de uno. Era fuerte, era inteligente y era dura. Cántor sabía cuidarse sola.
      Pero Batrio siguió sonriendo.
      -Fácil: Quiero que vengas conmigo.
      -¿Y si me niego?
     -Siempre puedes volver a casa. Supongo que la policía irá enseguida a investigar todas esas explosiones, y se extrañarán de que estés inmutablemente dormida. Tal vez entonces el Príncipe te castigue por arriesgar la Mascarada, pero tú sabrás...
      -Puedo encontrar otro apartamento - respondió ella, con los dientes apretados. Batrio siguió sonriendo.
      -¿A tan pocas horas del amanecer?
       Cántor estaba furiosa. Aquel loco la había acorralado bien. Desde luego que podía meterse en una casa al azar, matar a sus habitantes y refugiarse allí hasta que atardeciera, pero había oído hablar de Batrio. No era un nombre desconocido.
      Batrio era un psicópata, un loco que tenía por fetiche los explosivos, o eso decían todos. Alguien en quien no se debía pasar ni un segundo, alguien a quien evitar. Cántor estaba segura de que, si se iba, Batrio la encontraría, y conseguiría lo que quisiera de ella.
      Pero no podía mostrarse vulnerable.
     -¿Para qué quieres que te acompañe?
     -Necesito tu ayuda. ¿Vienes, o no?
    Cántor se mordió el labio, nerviosa. Batrio la tenía atrapada, y además... había logrado despertar su curiosidad. Y ese era su peor defecto.
     -Vamos.
    Hicieron la mayor parte del camino sin hablar. Cántor calibraba a Batrio, estudiándolo, tratando de descubrir su punto débil.
      No tuvo demasiado éxito.
      La casa de Batrio era una pequeña mansión en las afueras, aislada. A Cántor no le dio buena espina que la condujera a un lugar tan alejado, pero sabía que no tenía otra opción. Entró tras él, mirando a su alrededor, tratando de encontrar posibles vías de salida. La casa tenía alarma, pero no estaba conectada, y todas las ventanas tenían rejas. Aquello inquietaba profundamente a la mercenaria.
     -Bien, tenemos que hablar - sonrió Batrio -. ¿Dónde prefieres hacerlo?
      Cántor miró a su alrededor, examinando la bodega a la que la había conducido el psicópata. 
      -¿Qué opciones hay?
      -Aquí o arriba.
     -¿Y qué diferencia hay?
     -¿Sillón, o silla?
      -Sillón.
     -Entonces, aquí. No sabía que fueras tan comodona - sonrió el vampiro, y Cántor volvió a enseñarle los dientes -. Bien, esto es simple. Ya te habrás dado cuenta de lo mucho que se preocupan aquí todos por la Mascarada, por no sobreexplotar al ganado, etcétera, etcétera, etcétera. Son unos idiotas, aburridos.  No aceptan su condición de bestias, de vampiros, y más de la mitad se alimentan de lo que dejan los donantes.  Quiero desestabilizarles.  Quierocaos. Quiero volar el Banco de Sangre.
      Cántor se estiró en el sofá y plantó sus botas militares en la mesa, con aire de desdén.
      -¿Y qué gano yo con eso?
      Los ojos de Batrio brillaron de extraña manera.
    -Caos. La ciudad sumida en el Terror. Podrás salir y cazar lo que quieras sin preocuparte de nada, todos podremos.
      Cántor bostezó.
       -Si lo haces bien, lo tendré aunque no te ayude. Así pues, te repito: ¿Qué gano yo?
       Batrio entornó los ojos, como si no hubiera previsto esa posibilidad. De pronto, sonrió.
     -En el Banco de Sangre hay tres guardias, y uno de ellos es de los nuestros. Si te apetece, puedes quedártelo y hacerle un Diableri.
      Cántor se lo pensó un momento. Nunca había hecho un Diableri, y el hecho es que le apetecía probarlo. ¿Por qué no? Si iba a estar fuera de la ley, mejor ser fuerte.
       Pero se esforzó en que no se le notase.
       -De acuerdo. ¿Cuál es tu plan?
        Batrio hizo un extraño gesto con las manos, dedicándole aquella encantadora sonrisa
        -Ya hablaremos mañana. Por ahora, duerme.
        -¿Dónde? –gruño Cántor.
       -Tienes dos sofás. ¿No te vale? –Batrio comenzó a subir las escaleras, lentamente, mirando a Cántor, como si quisiera algo más de ella.
         -¿Quieres algo?
         El vampiro titubeó.
         -No –contestó al fin-. ¿Tú?
         -No.
       Cántor puso los ojos en blanco y gruñó. Un sofá. Debería haberlo supuesto. Mientras Batrio subía al piso de arriba, ella se estiró en el sofá, acurrucándose en torno a su vientre. Luego, despacio, cerró los ojos.

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