miércoles, 18 de abril de 2012

ReV Vampiro (II): Toma de Contacto

Esa noche llegó una nueva vampiresa a la ciudad. Apenas se la había mencionado, pero Batrio ya sabía todo lo que se conocía de ella.  Puede que todos creyeran que era un demente cabeza-hueca que sólo se preocupaba de destruir todas las “buenas obras” de la ciudad, pero sabía mucho más acerca de lo que le interesaba que cualquiera de esos vampiros conservadores.
La llamaban Cántor, y había ido de ciudad en ciudad como quién se cambia de calzoncillos –y muchos pensaban que era de lo que ella se cambiaba, pues andaba algo escasa de “dotes femeninas”-. Era una matona a sueldo –por amor al arte a veces- muy segura de sí misma.
Batrio se presentó con especial interés en la reunión del Martillo esa noche, pues estaba seguro de que allí la encontraría. No solía preocuparse mucho por los nuevos, pero ella había llamado su atención desde que su apellido se le quedó grabado en la memoria, cosa poco usual con la mayoría de los demás.
Fue al Great Night, el bar favorito de sus “compañeros”, donde se reunían cada semana para ver qué tal se encontraba el ganado. Si de ellos dependiera irían arropar cada noche a los humanos y les cantarían una nana para que durmieran tranquilos. Idiotas. 
A los pocos minutos llegó Cántor. Tarde, por supuesto. Cumplía exactamente las expectativas de Batrio: Sus pies calzados en botas de cuero se movían despacio, reclamando su sitio sobre el suelo. Sus piernas embutidas en pantalones demasiado ajustados eran fuertes, y su movimiento apenas alteraba la posición de las marcadas caderas, demasiado femeninas para ese andar de hombre. El torso delgado acentuaba aún más sus curvas, sobre las caderas y en sus pechos, que se marcaban en la camiseta de tirantes ajustada a su piel. Batrio deseaba estar cerca de esos labios finos para poder mirar abajo y descubrir el contorno de sus senos, tan tiernos como los de una inocente quinceañera.
Su expresión rompía esa sensación infantil: La mínima parte del extremo de sus labios estaban fruncidos en una eterna sonrisa de superioridad ante el resto de seres que viven atados a cualquier cosa que no sea su propio afán de poder.  Daba la sensación de que siempre estaba a la defensiva, y su postura trataba de expresar eso tan común entre quien había sufrido, la imagen de que sería imposible hacerle daño.
En sus ojos aún se veían marcas de ese dolor, de ese miedo. ¿Una infancia dura? ¿Su conversión fue traumática? A Batrio no le importaba lo concreto. Era simplemente la persona adecuada, la persona perfecta. Eficaz, resuelta y decidida; pero tan endeble como una ramita seca. Sería fácil dominarla si no le gustaba el trato.
La reunión terminó pronto, y Cántor salió de la sala con aire decepcionado. Probablemente se estaría planteando salir la noche siguiente a la carretera, en busca de un lugar más interesante. Batrio tenía que actuar rápido. Iba a darle a esta ciudad un aire más… infernal.
Siguió la motocicleta de Cántor desde su coche –siempre con algunos explosivos, por si acaso- a través de la ciudad hasta los barrios bajos. Ella aparcó su moto y subió a un edificio de apartamentos plagado de gitanos, rumanos y demás parásitos. Batrio se apeó del coche guardando en su mochila seis cargas y buscó el apartamento que había ocupado Cántor. Dado que una cerradura forzada no era nada raro en esa zona, debería confiar en su olfato. No fue difícil sentir la dulce sangre de vampiro entre tanta basura humana y deducir cuales serían los mejores lugares para colocar las cargas. Si quería tenerlas listas a tiempo no podría molestarse en que murieran tantos humanos como le gustaría. Tenía que centrarse en que Cántor saliera.
Cuando todo estuvo listo y llegó la hora adecuada, llamó al timbre del primer apartamento –para darle un toque más personal- y hizo estallar esa carga. Después el segundo, el tercero… Se alejó un poco, y apenas diez segundos después Cántor llegó a la calle con jadeos somnolientos y un tremendo gesto de confusión en el rostro. Parece que había oído hablar de Batrio, porque en cuanto lo vio su expresión se mudó en odio.
-¡Hijo de puta! –gritó. Parecía que fuera a liarse a golpecitos de animalito indefenso con Batrio, igual que las niñas de las telenovelas de humanos.
-Estabas tardando en bajar, Cántor.
La llama de su ira se encendió más. Batrio incluso se excitó un poco, le encantaba sentir ese odio asustado. Por un momento pareció que iba a abalanzarse contra él, pero decidió ser prudente. Bien.
-¿Quién eres?
Como si no lo supiera.
-Batrio  -contestó él, cansado.
-¿Se puede saber por qué demonios has volado mi casa?
-Todos llaman al timbre. Es demasiado aburrido –dijo, cómo si fuera algo obvio- además, no he volado tu casa.
Cántor le miró, escéptica.
-Sólo he volado las cercanas –Batrio sonrió con malicia. Esta chica era más obtusa de lo que parecía. Así sería más sencillo- tu apartamento está intacto. Ahora, ¿Quieres acompañarme?
-Has volado mi casa. Dime ahora mismo qué quieres –Cántor seguía sin entender. Tratando de no mostrar el “respeto” que le infundía Batrio, dio un paso adelante, amenazadora.
Parecía que había hecho cosas así muchas veces a lo largo de su carrera, y que había conseguido asustar a quien se enfrentaba a ella. Sin duda su cuerpo y su gesto la daban un aire amenazador, y confiaba en que Batrio al menos se suavizara. Idiota.
Él siguió sonriéndola con ese brillo demencial en sus ojos, sin duda le divertían esas intentonas de “chica mala”. Quizá con otros tan débiles como ella funcionara, pero Batrio era otro cantar.
-Fácil: Quiero que vengas conmigo.
-¿Y si me niego?
Batrio se había encargado de que no tuviera esa opción.
-Siempre puedes volver a tu apartamento. Supongo que la policía irá enseguida a investigar todas esas explosiones, y les extrañará que estés inmutablemente dormida en pleno día. Tal vez el Príncipe te castigue por arriesgar la mascarada. Eres libre de hacer lo que quieras.
-Puedo encontrar otro apartamento –dijo ella, sin rastro de fiereza en la voz. Más bien trataba de convencerse a sí misma de que podía esquivar a su destino.
-¿A tan poco del amanecer? –Batrio sonrió, la tenía acorralada y conseguiría lo que quisiera de ella. Siempre conseguía lo que quería.
-¿Para qué quieres que te acompañe? –Cántor comenzaba a ceder.
-Necesito tu ayuda. ¿Vienes, o no? –Batrio sabía que la afirmativa estaba asegurada.
-Vamos –dijo ella, mirando un momento al suelo.
A Batrio le apetecía dar un paseo, así que fueron caminando hasta su discreta casa en las afueras. Un par de veces ella se quedó un poco atrás, probablemente buscando algo de humanidad en su acompañante, que mirara atrás. Por supuesto, él siguió tatareando una cancioncilla de los años cincuenta sin que pareciera percatarse del movimiento de Cántor. Ver sin mirar, era lo que hacía. Evaluaba a esa “tipa dura” en cada uno de sus pasos, sin dejar que se percatara de ello.
Cuando entraron por la puerta que daba al sótano ella examinó la estancia. Parecía que las rejas de las ventanas la intranquilizaban. Se sentía encerrada ahí abajo. Era el lugar perfecto.
-Hora de hablar –Batrio pensó un momento- ¿Dónde prefieres hacerlo?
-¿Qué opciones hay?
-Aquí o arriba
-¿Y qué diferencia hay?
-¿Sillón, o silla?
-Sillón.
-Entonces aquí –dijo, señalando los dos sofás junto a la chimenea –No sabía que fueras tan comodona. Bien, esto es simple: Ya te habrás dado cuenta de lo mucho que se preocupan todos por la Mascarada, por no sobreexplotar al ganado, etcétera, etcétera. Son unos idiotas, aburridos. No aceptan su condición de bestias, de vampiros, y más de la mitad se alimentan de lo que dejan los donantes. Quiero desestabilizarles. Quiero caos. Quiero volar el Banco de Sangre.
Cántor se estiró en el sofá para ganar tiempo y pensar su siguiente paso.
-¿Y qué gano yo con eso? -dijo finalmente. ¿Era tan ciega como para no verlo?
-Caos. La ciudad sumida en el Terror. Podrás salir y cazar lo que quieras sin preocuparte de nada, todos podremos –Batrio no pudo evitar sonreír ante esa idea.
Pero a Cántor no parecía emocionarle mucho.
-Si lo haces bien, lo tendré aunque no te ayude. Así pues, te repito: ¿Qué gano yo?
La idea de que la destrucción del orden no la atrajera desconcertó a Batrio, no había pensado en esa posibilidad. Meditó un segundo, y…
-En el Banco de Sangre hay tres guardias, y uno de ellos es de los nuestros. Si te apetece puedes quedártelo y hacerle un Diablerí.
Por su expresión, estaba claro que nunca había hecho uno. La idea de tener más poder la atraía.
-De acuerdo, ¿Cuál es tu plan?
-Ya hablaremos mañana. Por ahora, duerme –Batrio aborrecía precipitarse, a la noche siguiente tendrían tiempo de sobra.
-¿Dónde? –dijo ella. Él empezaba a aburrirse.
-Tienes dos sofás. ¿No te vale? –Batrio comenzó a subir las escaleras, lentamente, mirando a Cántor, como si quisiera algo más de ella.
-¿Quieres algo?
El vampiro titubeó.
-No –contestó al fin-. ¿Tú?
-No.
Desapareció al llegar a la planta baja y siguió hasta el piso más alto. Entró en su habitación, comprobó que las ventanas estaban bien cerradas y durmió.

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